Septiembre es un mes de cambios y de decir adiós a muchas cosas buenas de la vida: al verano principalmente, pero también a las vacaciones, al tiempo libre, a los días largos, a las horas de playa y al calor sofocante, si es que tenemos un poco de suerte. Son muchos los que siente este mes como un nuevo resurgir, algo así como un nuevo “enero”, un nuevo comienzo de año donde también se hacen muchos propósitos, aunque después suelen abandonarse como todos los hechos el 1 de enero. Pero en fin, así es la vida.
Y si hay algo por lo que también se caracteriza el noveno mes del año, es por la cantidad de fiestas populares que se celebran en sus treinta días. Fiestas patronales, romerías, triduos, procesiones… la gran mayoría de origen religioso, pero que no dejan de ser un hito en las vidas de los ciudadanos que ven cómo, después de las vacaciones, la juerga no se termina del todo y aún les dura unos días más. E increíblemente, es durante estos días cuando sin saber por qué vuelve a resurgir nuestra vena más tradicional, e insistimos en hacer gala de nuestras tradiciones musicales: y nos da por escuchar música española.
No es que sea algo malo, mucho menos para tantos artistas y compositores de este estilo musical, que por paradójico que sea, hacen su agosto en septiembre, jeje. Pero no me digáis que cuando menos no es curioso que el flamenco, la rumba, la copla y hasta los carnavales sean capaces de reunir a un público que, durante el resto del año, ni puñetera cuenta echa de ellos; y sin embargo, llega una novena, el ayuntamiento trae a algunos de los exponentes de esta música, y ala, se peta de público allá donde se realice el evento.
¿Quiere esto decir que, por mucho que nos demos de modernos, de internacionales, de globalizados y de estar educados en cultura musical, al español le tira lo de la tierra sin que lo pueda evitar? Para mí que esta es la cuestión, y no hay ningún problema en admitirlo, al fin que a cualquiera le gusta tener raíces; el problema viene cuando insistimos en negarlo durante once meses al año, y al que hace doce, no somos capaces de reprimir aquella música que forma parte de nuestra cultura, y que puede que hasta llevemos en el ADN.